Miguel nació en San Jerónimo, en el patio llamado la Fonda de Gracia, ubic
ado en la actual casa de Miguel Calentero. En aquella época, cerca de su casa, se hallaba la pescadería el puesto y, también próxima, la casa donde él nació y que hoy todavía se mantiene en pie. Trabajador de ISA desde el año 60, su vida pasó por un rotundo episodio de lucha por la justicia. De nuevo la cuestión de la vivienda prometida volvía a ser la clave: el esfuerzo de este obrero por los principios de base en los que creía lo llevó a llevar dos autobuses repletos de chabolistas a la Plaza de España, dispuestos a enfrentarse con el Gobernador, José Utrera Molina, que por aquel momento se encontraba allí.
De entre los allí presentes, el de Miguel era el papel más complicado, pues a él le tocó dirigirse (más bien enfrentarse) al Gobernador, que respondió a sus réplicas delegando la responsabilidad en el Ayuntamiento. La siguiente personalidad con la que hubo de “negociar” Miguel, pues, fue el Alcalde, quien le envió una carta citándole para entrevistarse con él y conocer qué es lo que reclamaba. Allá que fue Miguel, acompañado por un cura del barrio y otros compañeros como Joaquín Lozano y Miguel Humanes.
La solución propuesta por el alcalde parecía ser la cosa más sencilla del mundo, pero el carácter de Miguel, implacable en aquel entonces, no iba a poder ser acallado con evasivas de este tipo. Su respuesta fue contundente: “hay que tener muy poca vergüenza para decir lo que usted está diciendo”. A sus treinta años, Miguel estaba haciendo entonces más de lo que podía imaginarse. Recuerda, con el mismo valor de aquellos años, cómo un amigo periodista que le hizo bastantes favores a través de su periódico, le preguntaba: “Miguel ¿No tienes miedo de que te metan en la cárcel?”, a lo que él contestaba: ¿Miedo? ¡Ninguno! Si hace falta ir se va” y siguió adelante con su empresa que no era otra que la justicia para las familias de San Jerónimo.
Aún más evasivas procedentes de quienes gobernaban la ciudad entonces le quedaban por soportar a Miguel, que ya había dejado claro que, una vez iniciado el camino, no iba a abandonarlo hasta conseguir su propósito. Citas prometidas que luego se incumplían con excusas, días de trabajo perdidos, conversaciones del alcalde al gobernador y del gobernador al alcalde... Tras más de un plantón, fue el gobernador quien prácticamente obligó al alcalde y a los vecinos a reunirse. Con los pisos casi construidos, el alcalde seguía buscando escapatorias sin sentido a problemas de considerable magnitud, como intentar solucionar la cuestión de las chozas, autoconstruidas en La Verea camino de Brenes, con la construcción de unos desagües.
Llegaron entonces las manifestaciones en la Iglesia del barrio, que al fin desembocaron con la consecución de los objetivos. Una riada fue el detonante: Miguel acudió a Radio Vida para contar a todo el mundo las condiciones en las que había quedado el barrio e invitó al alcalde para que acudiese “si tiene lo que hay que tener” a la zona para que comprobase, con sus propios ojos, las condiciones a las que estos vecinos en sus chabolas estaban sometidos.
El alcalde, una vez más, no fue quien dio la cara: “mandó en su lugar al capitán Benito, que era ayudante de los municipales”. A su llegada, una jauría de chabolistas trató de tirar a este enviado del alcalde al agua, reclamando que era el alcalde quien tenía que acudir al lugar. El episodio no acababa aquí: el gobernador, como medida de urgencia, mandó traer unos camiones del ejército para que se subiera la gente. El poder de convicción de este hombre, convertido ya en un líder del movimiento en el barrio hizo que nadie subiese a estos camiones como protesta por ese tipo de medidas que no satisfacían los objetivos fijados.
Juan Villalví, entonces ministro de Vivienda, también se cruzó con el talante de Miguel. En una ocasión, el ministro se desplazó hasta el barrio para inaugurar unas viviendas que aún no se habían dado. El acto de inauguración era un escenario perfecto para lanzar las quejas pertinentes al ministro. Ubicado en la tercera fila, Miguel esperó a que terminara la misa para salir corriendo y dirigirse al ministro antes de ser atrapado por la policía: “señor ministro, aquí estamos unas doscientas o trescientas personas esperando salir del suburbio y tener nuestra vivienda”. A lo que el ministro contestó: “no te preocupes que cuando vuelva a Madrid resolveré este tema y todos tendrán su vivienda”. Pero Miguel no quedó satisfecho y añadió otra queja más: “son unas viviendas muy caras para tener suelo de cemento”.
El ministro dirigiéndose al alcalde le transmitió la justificada queja de Miguel: señor alcalde ¿No le parece a usted que estas viviendas son demasiado caras?. El momento, histórico en la historia del barrio, quedó inmortalizado por los periódicos de la época.
La insistencia: ésta fue su clave. Una actitud que condujo al final esperado: “¿Queréis pisos? Pues pisos vais a tener”. Al día siguiente tuvo lugar la entrega de llaves, que se demoró hasta la madrugada, quedando por fin todas las viviendas entregadas a las 162 familias, de La Verea de la Carne, que habían vivido en chabolas en condiciones misérrimas.
Simpatizante de la izquierda por las circunstancias de la vida, Miguel reconoce que no le hizo falta nunca afiliarse a ningún partido para tomar esa actitud de compromiso por lo justo, una actitud que, reconoce, fue siempre pacífica y dialogante, pues su gran mérito estuvo siempre en su capacidad de diálogo. Ejemplo de lucha, la historia de este hombre no debe caer en el olvido y, pese a que hayan pasado cuarenta años de su hazaña, aún hoy muchos recuerdan la importancia de su labor.
Su mujer, cordobesa de nacimiento, es también un ejemplo de compromiso con el barrio, pues sin exigir nada a cambio, ponía inyecciones a toda la gente de la Verea, en definitiva a aquellos por lo que se refiere esta hazaña.
Miguel Moreno León

De entre los allí presentes, el de Miguel era el papel más complicado, pues a él le tocó dirigirse (más bien enfrentarse) al Gobernador, que respondió a sus réplicas delegando la responsabilidad en el Ayuntamiento. La siguiente personalidad con la que hubo de “negociar” Miguel, pues, fue el Alcalde, quien le envió una carta citándole para entrevistarse con él y conocer qué es lo que reclamaba. Allá que fue Miguel, acompañado por un cura del barrio y otros compañeros como Joaquín Lozano y Miguel Humanes.
La solución propuesta por el alcalde parecía ser la cosa más sencilla del mundo, pero el carácter de Miguel, implacable en aquel entonces, no iba a poder ser acallado con evasivas de este tipo. Su respuesta fue contundente: “hay que tener muy poca vergüenza para decir lo que usted está diciendo”. A sus treinta años, Miguel estaba haciendo entonces más de lo que podía imaginarse. Recuerda, con el mismo valor de aquellos años, cómo un amigo periodista que le hizo bastantes favores a través de su periódico, le preguntaba: “Miguel ¿No tienes miedo de que te metan en la cárcel?”, a lo que él contestaba: ¿Miedo? ¡Ninguno! Si hace falta ir se va” y siguió adelante con su empresa que no era otra que la justicia para las familias de San Jerónimo.
Aún más evasivas procedentes de quienes gobernaban la ciudad entonces le quedaban por soportar a Miguel, que ya había dejado claro que, una vez iniciado el camino, no iba a abandonarlo hasta conseguir su propósito. Citas prometidas que luego se incumplían con excusas, días de trabajo perdidos, conversaciones del alcalde al gobernador y del gobernador al alcalde... Tras más de un plantón, fue el gobernador quien prácticamente obligó al alcalde y a los vecinos a reunirse. Con los pisos casi construidos, el alcalde seguía buscando escapatorias sin sentido a problemas de considerable magnitud, como intentar solucionar la cuestión de las chozas, autoconstruidas en La Verea camino de Brenes, con la construcción de unos desagües.
Llegaron entonces las manifestaciones en la Iglesia del barrio, que al fin desembocaron con la consecución de los objetivos. Una riada fue el detonante: Miguel acudió a Radio Vida para contar a todo el mundo las condiciones en las que había quedado el barrio e invitó al alcalde para que acudiese “si tiene lo que hay que tener” a la zona para que comprobase, con sus propios ojos, las condiciones a las que estos vecinos en sus chabolas estaban sometidos.
El alcalde, una vez más, no fue quien dio la cara: “mandó en su lugar al capitán Benito, que era ayudante de los municipales”. A su llegada, una jauría de chabolistas trató de tirar a este enviado del alcalde al agua, reclamando que era el alcalde quien tenía que acudir al lugar. El episodio no acababa aquí: el gobernador, como medida de urgencia, mandó traer unos camiones del ejército para que se subiera la gente. El poder de convicción de este hombre, convertido ya en un líder del movimiento en el barrio hizo que nadie subiese a estos camiones como protesta por ese tipo de medidas que no satisfacían los objetivos fijados.
Juan Villalví, entonces ministro de Vivienda, también se cruzó con el talante de Miguel. En una ocasión, el ministro se desplazó hasta el barrio para inaugurar unas viviendas que aún no se habían dado. El acto de inauguración era un escenario perfecto para lanzar las quejas pertinentes al ministro. Ubicado en la tercera fila, Miguel esperó a que terminara la misa para salir corriendo y dirigirse al ministro antes de ser atrapado por la policía: “señor ministro, aquí estamos unas doscientas o trescientas personas esperando salir del suburbio y tener nuestra vivienda”. A lo que el ministro contestó: “no te preocupes que cuando vuelva a Madrid resolveré este tema y todos tendrán su vivienda”. Pero Miguel no quedó satisfecho y añadió otra queja más: “son unas viviendas muy caras para tener suelo de cemento”.
El ministro dirigiéndose al alcalde le transmitió la justificada queja de Miguel: señor alcalde ¿No le parece a usted que estas viviendas son demasiado caras?. El momento, histórico en la historia del barrio, quedó inmortalizado por los periódicos de la época.
La insistencia: ésta fue su clave. Una actitud que condujo al final esperado: “¿Queréis pisos? Pues pisos vais a tener”. Al día siguiente tuvo lugar la entrega de llaves, que se demoró hasta la madrugada, quedando por fin todas las viviendas entregadas a las 162 familias, de La Verea de la Carne, que habían vivido en chabolas en condiciones misérrimas.
Simpatizante de la izquierda por las circunstancias de la vida, Miguel reconoce que no le hizo falta nunca afiliarse a ningún partido para tomar esa actitud de compromiso por lo justo, una actitud que, reconoce, fue siempre pacífica y dialogante, pues su gran mérito estuvo siempre en su capacidad de diálogo. Ejemplo de lucha, la historia de este hombre no debe caer en el olvido y, pese a que hayan pasado cuarenta años de su hazaña, aún hoy muchos recuerdan la importancia de su labor.
Su mujer, cordobesa de nacimiento, es también un ejemplo de compromiso con el barrio, pues sin exigir nada a cambio, ponía inyecciones a toda la gente de la Verea, en definitiva a aquellos por lo que se refiere esta hazaña.
Miguel Moreno León
No hay comentarios:
Publicar un comentario