lunes, 6 de julio de 2009

Perfilando San Jerónimo desde el Sótano H

Joaquín, junto con sus hermanos, fue el último propietario del Sótano H. Sus palabras evocan a épocas pasadas y perfilan el barrio que lo acogió hacia 1932.

En el lugar donde se levanto el popular salón de baile hubo antes una venta. Allá acudían señoritos, cantaores y amigos a beber y a charlar, a charlar y beber.

Ese terreno acogió también una bodega y un cine. Y por ultimo al Sótano H, nombre elegido por Leandro Amador, constructor y propietario, que construyó numerosas viviendas en el barrio. Sótano H, cuyo lugar de copas se separaba del hogar familiar por un patio, fue un lugar muy concurrido al que acudían los numerosos trabajadores de la zona. Muchos de ellos emigrantes que realizaban su labor en la fábrica de carbón, de vidrios de botellas jerezanas, o en la Unión Española de Explosivos –tras la huelga de los vecinos se convirtió en fábrica de piensos- y, por supuesto, en el ferrocarril.

Todos fueron clientes del Sótano H y aficionados a las veladas de baile que nuestro protagonista, nacido en Escobedo de Carriedo en la provincia de Santander, organizó en multitud de ocasiones.

Socarrón, recuerda que, a pesar de las estrictas leyes de los años 30 y 40, hombres y mujeres bailaban al son de la música del manubrio alquilado en la calle Carranza. A este bar acudían personas de toda condición y, por un módico precio, las “mujeres de vida fácil” se ganaban su sustento.

Eran tiempos de la copa de vino a una gorda. Vinos de doce y trece grados de gran calidad. Procedentes de Manzanares y La Palma del Condado. Nada tiene que ver aquel San Jerónimo con el actual, bueno sí, la calidad de las gentes. Pero el contorno del barrio ha variado mucho: junto a la iglesia había dos colegios, uno para niños y otro para niñas: cercana la estación que hacia el enlace con Huelva, en la charca de “villa ranas” una fabrica de madera y serradora para las constructoras, donde se levanta la Fasa Renault hubo en estos tiempos casas bajitas para los ferroviarios que se acompañaban de tiendas de comestibles, bebidas y carnicería.

Con la Guerra Civil, España se dividió en dos: derecha e izquierda en un enfrentamiento continuo. En San Jerónimo se distinguían dos bodegas: la de la calle Valencia que cogió el centro de la Falange y la de los hermanos Ruiz Muñoz, José Luís y Joaquín, que tenía entre la clase obrera a sus clientes. En muchas ocasiones, los muros del Sótano H fueron mudos testigos de los mítines del Frente Popular. El Sótano fue cerrado durante un mes, el delito fue sobrepasar en 5 minutos la hora del cierre, incluso en una ocasión estuvo a punto de ser bombardeado.

La guerra y la posguerra separaron a Joaquín del negocio y, tras siete años en el servicio militar, volvió a él con renovadas fuerzas como demostró celebrando veladas de boxeo. En su local continuó organizando bailes u “levantando revuelo entre las mujeres” hasta que, para construir el nuevo puente a inicio de los setenta, el Estado les expropió las tierras, lo que significaría la desaparición de uno de los bares con mayor afluencia que tuvo este inolvidable Sótano H.

Joaquín Ruiz Muñoz

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