lunes, 6 de julio de 2009

A la cabeza de cualquier tipo de movilización


Vecino de toda la vida de San Jerónimo, Juan nació “en una especie de callejón que había entre las calles Navarra y Medina y Galnares, más concretamente en el llamado patio de Chagartegui, del que conserva innumerables recuerdos, como la antigua tienda de Estanislao, desde la que se controlaba el racionamiento de ciertos productos como el aceite. Unos recuerdos van llevando a otros, y cuando se da cuenta, Juan ha comenzado hablando del lugar donde nació para terminar aludiendo al hermano de aquel hombre de la tienda que, dice, “era un guardia civil con una importante influencia en la zona”.

La causa de estas desviaciones en su discurso es esa enorme cantidad de cosas para recordar acerca de gentes, lugares y momentos. Por ejemplo, la historia del vasco por cuyo nombre era conocido el corral, Chagartegui, de quien dice que “creó una moneda falsa de más calidad que las verdaderas y que tenía una fábrica de laminación”. La imagen de la zona en la que se crió es la de unas pequeñas casitas “casi chozas”, pegadas a la vía del tren que hoy ya no existen. Por el traslado de su padre, también ferroviario, su familia abandona la casa ubicada frente a la charca en el año 62 y se marcha a Madrid, quedándose Juan viviendo allí hasta su boda, tras la cual formó parte de la puesta en marcha de una cooperativa que fue la que creó las viviendas de Juan XXIII.

Este hombre ha desempeñado diversos oficios a lo largo de su vida, desde mecánico de vapor, de máquinas diesel, de ferrobuses hasta de reparador de vías, para terminar trabajando como capataz, oficio al que se dedicó hasta su jubilación. Siempre vinculado a la miscelánea de los trenes, Juan afirma emocionado: “Tanto para lo bueno como para lo malo, mi vida ha estado relacionada con el ferrocarril. Si naciera otra vez o existiera alguna medicina que me rejuveneciera para poder trabajar elegiría ser ferroviario”.

Pero Juan no fue sólo un enamorado de su oficio. También lo fue del compromiso, de la lucha por la igualdad, de los derechos. Guarda recuerdos imborrables en torno importantes episodios de San Jerónimo en lo que concierne al movimiento obrero. Militante del Partido Comunista, su implicación en huelgas y manifestaciones, siempre a la cabeza de cualquier tipo de movilización, le costó más de una sanción de la RENFE. Hoy por hoy sigue considerándose comunista y afirma sin pestañear su disconformidad con los resultados históricos tras la lucha durante la Transición a la democracia. Pero esta decepción con lo conseguido o, más bien, con lo no conseguido, no le ha llevado al abandono de sus principios ni a posiciones pesimistas, aunque su análisis es crítico: “no se han resuelto muchas cuestiones y el futuro se ha puesto peor para las generaciones posteriores, además casi todo está manipulado, montado sobre la mentira, sin que haya espacio para las alternativas”.

La precaria situación económica, como en muchos otros casos, hizo que la que habría de convertirse en su mujer acudiese a San Jerónimo a trabajar. Cuenta su noviazgo de forma fugaz y sencilla “la vi, me gustó, me acerqué, paseé con ella y luego nos casamos”.

Habla de sí mismo reconociendo su implicación “en la lucha por las libertades” pero matiza que a lo que él se ha dedicado siempre es a los trenes. Este ferroviario conoció toda a época floreciente del barrio en relación con el ferrocarril, una época en la que confluían las dos empresas de trenes existentes siendo San Jerónimo el escenario del trasbordo entre la empresa andaluza y la de las líneas procedentes de fuera de Andalucía, “de ahí que se conociese al barrio con el nombre del empalme”. Hoy, afirma, “apenas quedan restos de lo que fue aquello”: de importantes emplazamientos como lo fueron el depósito (construido en 1929), lugar donde se hacían las grandes reparaciones, o el aparcamiento, en el que, señala, “cabían aparcadas más de doscientas máquinas”, quedan tan sólo algunos ruinas y los testimonios vivos de su existencia.

Al mundo de ese barrio abierto a la vida de los trenes se incorporó Juan en el año 55 para permanecer allí durante tres años hasta que, en 1958, le destinaron a Santa Justa, lugar en el que fue testigo de cambios como el paso de las máquinas de vapor a las diesel o la aparición de los trenes de cercanías y los tab. Posteriormente, “vino la decadencia. Fue entonces cuando echaron abajo todo, dejando apenas unos restos con los que a algunos, cuando pasamos por delante, nos entran ganas de llorar” y es que Juan no se cansa de repetir que una buena parte de sus vidas la pasaron allí.

Sus reivindicaciones, como no podía ser de otra forma, se relacionan con el mundo de los trenes, y reclama la creación de un apeadero en San Jerónimo, de una línea circular como la que existe en otras ciudades que conecte las diferentes zonas de la ciudad. Concluye quejándose: “Santa Justa está muy lejos”.

Juan Tabuenca Pérez

No hay comentarios: