
Entró a servir en una portería de La Campana y, posteriormente gracias a la intermediación de su abuela, se marchó a limpiar a una taberna. Aunque tuvo otros trabajos temporales, el último como soltera fue acarreando agua, cobraba un real por cántaro. Entre paseo y paseo con su cántaro a la cadera conoció al que sería su marido. “El cojo” quedó lisiado en un accidente laboral y sus padres decidieron montarle un quiosco. Después de seis meses “hablándose” se casaron en la basílica de la Macarena un 29 de septiembre.
Fruto de aquel matrimonio nacieron cuatro hijos: Angelita, Luís, Antonio y Dolores que la han hecho abuela de nueve nietos.
Su vida no ha sido fácil. Ayudó a su esposo en el quiosco cuando lo tenían en la Feria y cuando lo cambiaron frente a la Caja San Fernando. Aunque el suyo era de los más antiguos junto con el de frente al Sótano H, había numerosos quioscos en el barrio. Para aumentar los ingresos procedentes del negocio vendió lotería que, por aquel entonces, valía 50 pesetas. Un día no se quedó con un billete. Era el 72.773. Era el boleto que llevaba el gordo.
San Jerónimo era un barrio obrero en expansión que acogía a gente que trabajaba en las numerosas fábricas pero también en el campo. Otro sector de la población se ganaba el sustento con el comercio. En aquellos años no había plaza y los puestos se ponían en la calle Valencia.
Había fruterías, carnicerías, la barbería de Mario, la tienda de los Miseria, La Ribera que era una bodega junto a la que se encontraba el puesto de verdura de la Quiqui.
El Pelotazo y el Sótano H también se han anclado en la memoria de esta mujer de 78 años a la que le encantaba bailar pasodobles, sevillanas y tangos en las noches del antiguo San Jerónimo.
Angelita García
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